El lector
Ferdinand Holder
"Que otros se jacten de las páginas que han escrito,
a mí me enorgullecen las que he leído".
J. L. Borges
"Él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio". El Quijote, Miguel de Cervantes.
"Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños, y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde del precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Yo sería el guardián entre el centeno". El guardián entre el centeno, J. D. Salinger.
"El amor es irracional y ciego, dicen, pero él sospechaba que eso era otro cochino embuste inventado para engañar a las almas simples: porque si hubiese conocido a Hortensia al volante de un coche sport, por ejemplo, como en el caso de Teresa, enamorarse de ella habría sido muy fácil. ¿Qué eso ya no habría sido amor? Amor y del grande". Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé.
"Lo más urgente no me parece tanto defender una cultura cuya existencia no ha salvado jamás a un hombre de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre, como de extraer de lo que se llama cultura, ideas cuya fuerza viva sea idéntica a la del hambre". Antoin Artaud.
"¿Y qué fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfitano? Aprendieron a recitar en voz alta. Memorizaron los dos o tres poemas que más amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca. Que al cabo de las lecturas los escritores salían del alma de las piedras, que era donde vivían después de muertos, y se instalaban en el alma de los lectores como en una prisión mullida, pero que después esa prisión se ensanchaba o explotaba. Que todo sistema de escritura es una traición. Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha y que cerca de su casa pasa el camino real de los actos gratuitos, de la elegancia de los ojos y de la suerte de Marcabrú. Que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir. Que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor". Los sinsabores del verdadero policía, Roberto Bolaño.
"Aun así, con una sola mirada fui capaz de absorber toda aquella atmósfera y tuve alimento para soñarte siempre, despierta y dormida". Carta a una desconocida, Stefan Zweig.
"Fue siendo alumno de ese hombre cuando empecé a preguntarme si los literatos no sufren alguna variedad de desequilibrio mental, desequilibrio que, pensando en el trepidante balanceo nocturno de Albert Vetch, he denominado el mal de medianoche. Este mal es un insomnio de origen emocional: el paciente se siente en todo momento -aunque escriba al amanecer o a media tarde- como si estuviese echado en una asfixiante dormitorio, con la ventana abierta y escuchando el golpeteo de un postigo, el paso de una ambulancia, el zumbido de una mosca atrapada en una botella vacía, mientras todo el vecindario duerme a pierna suelta". Chicos prodigiosos, Michel Chabon.