Devorando elefantes

miércoles, 23 de marzo de 2016

Principio de incertidumbre






Isabel Quintanilla

Llevo ya mucho tiempo tratando de aprender a mirar el vaso, y sin embargo, ni con la treintena lo he logrado. He recibido clases magistrales de retórica en hapiness, he hecho un curso de cocina, he leído tratados del más docto hacedor de autoestimas ajenas (vaya usted a saber la propia), he recorrido cientos de kilómetros, he contratado un seguro de vida a todo riesgo (para enfermedades "raras"), he visto amanecer frente al mar, y anochecer, he comprado unos cuantos libros y unas cuantas libretas, he buscado el sol y sucumbido a las estrellas, y ni con estas. 

Preguntas y más preguntas; ¿cómo apañárselas con las dudas?, ¿dónde quedan los pensamientos que no nos dijimos?, ¿con qué llenamos los huecos que, agazapados, quedan en las entrañas?, ¿qué pasa con las emociones que no supimos nombrar?, ¿soy yo o son los demás?

Tal vez, solo tal vez, todas estas dudas, y estos pensamientos, y estos huecos, y estas emociones pudieran llenar el vaso... Mientras tanto, yo lo observo. 






domingo, 20 de marzo de 2016

Diecinueve de marzo.

A mí también me pasa que como no he tenido hijos, lo más sagrado que poseo son mis muertos.

Tal día como hoy murió mi abuelo, el abuelo Antonio. Anoche soñé con él, fue un sueño incómodo. Mi abuelo huía, todavía no he podido interpretar de qué. Yo lo perseguía con el único propósito de tranquilizarlo. Así fue. En el final del sueño conseguí detenerlo, lo agarré fuerte de sus brazos y lo miré; lo miré como se mira a un niño frágil y temeroso que huye de los fantasmas de la oscuridad.
Es curioso que haya soñado esto; curioso porque en toda mi vida no recuerdo ver a mi abuelo enfadado, jamás. Aunque estuviese dolorido, aunque estuviese cansado y abatido; aunque estuviese preocupado, él solo hacía que sonreírnos y decirnos que "éramos los más guapos del pueblo" mientras nos pellizcaba con sus torpes y simpáticos dedos de artrosis.
Pero a decir verdad, a quien he echado de menos hoy ha sido a mi padre. Mi padre sagrado. Recuerdo su voz. Recuerdo todo de él. Sus manos, su ropa, sus dientes. Su sonrisa, su piel y sus piernas. Recuerdo su mirada y sus gafas; sus burlas y sus ideales. Su romanticismo. Mi padre me ha querido muchísimo, a todos, y todavía hoy tengo  su amor. Recuerdo lo feliz que era cuando estábamos todos en casa, y echaba el pestillo. Nunca me lo dijo así, pero sé que para él era una sensación maravillosa (yo lo percibía); estábamos todos juntos y a salvo. Así que lo demás poco importaba.
Qué bonita fue la vida a su lado. Yo no lo sabía entonces como lo sé ahora, pero qué felices fuimos mis hermanos y yo rescatando perros abandonados, yendo a la Sierra Salinas, poniendo el belén o paseando en coche los domingos por la tarde, a pesar de que a él los domingos por la tarde no le gustasen. Qué felices fuimos almorzando gachasmigas y bailando en la tardes de Nochebuena; le encantaba sacarnos a bailar, siempre lo conseguía a pesar de que a nosotras nos diese una terrible vergüenza adolescente. Qué felices fuimos paseando por la playa, clavando nuestra sombrilla en la arena cuando ni siquiera las gaviotas habían amanecido. Qué felices fuimos buscando el coche que nunca compramos y urdiendo un plan para adoptar un nuevo cachorro que nunca llegó a nacer. Qué felices fuimos, padre.
Feliz día del padre, papa.